Las maestras creían erróneamente que algo estaba mal con el niño; tal vez él mismo lo creía,  cuando lo que hacía falta era un espacio lúdico de aceptación y expresión. Desde entonces, he acompañado a muchas personas que están atravesando situaciones límite, crisis, duelos o creen que algo está mal con ellos: niños, jóvenes y mujeres viviendo en reclusión, personas en centros de adicciones, en rehabilitación, psiquiátricos; incluso problemas físicos somatizados. También han venido a consultarme personas fuertes y exitosas que quieren mejorar algún área en su vida, su manera de relacionarse, tomar una decisión importante, o profundizar en un tema. Con todas he compartido y celebrado la enorme dicha de ver el asombro ante su propia transformación. El arte, ya sea pintar un mandala, escribir o cualquier otra modalidad, sugerido con tacto, inclusión y empatía, tiene siempre el mismo efecto sanador y pacificador que aquel pequeño me mostró primero